
Solo Alejandra Benítez decide cuándo deja la esgrima
A Alejandra Benítez le han sugerido la idea del retiro, pero la experiencia le ha aconsejado que el día en que ya no esté a gusto compitiendo, ese día lo hará, sin prevenir a nadie.
Lleva más de la mitad de su vida practicando la esgrima, y le parece una tremendura indiscreta de la gente que le insinúen el momento conveniente para renunciar a lo que más le gusta, como si intentaran adivinar por ella el pulso de sus sentidos.
Como pocas y pocos en su especialidad, tiene la virtud de cuatro juegos olímpicos, aunque no ha conseguido rozar la instancia de una medalla. Esta situación parecida al “fracaso” le salpica la crítica fácil de quienes hacen esgrima con espada de aire y jugando a ser El Zorro.
Con el tiempo ella ha aprendido a sacudirse a esos rivales de opinión, que más allá de los predios del deporte, no le perdonan el pecado político de su confesión chavista en un país en el que a las celebridades sino se le exige el “amor patrio” de voltear la bandera para pedir auxilio internacional, al menos se le exhorta la discreción de una “neutralidad” conveniente.
Alejandra es una profesional de la odontología con una sonrisa perfecta. Lleva el cabello liso y la pose firme de una atleta en acción. Tiene el verbo ágil y en guardia. Con sus ojos azules, está muy lejos de la visión aterradora de una mujer con arma blanca que ha probado las exigencias del modelaje sin esquivar el reto de hacerlo sin ropa.
Por su carácter, ella no huye compromisos. El más complicado fue el de ser Ministra del Deporte con la ingrata comprobación de que ello no le salvó del encono de alguno de sus colegas, que entre los defectos más benévolos le apuntaron ser una inexperta para el cargo.
A pesar de querer llevar el tono diplomático que exige una convivencia pacífica en la relación con sus colegas y la prensa, ella no escatima recursos para defenderse. Es de las que prefiere la respuesta ácida y finamente punzante, sin gastar energías en un ataque estridente: es una lección que le ha dado la experiencia de sumar años a su vida, sin ser aún una señora de las cuatro décadas.
Con 36 años, todavía no tiene hijos, y si bien quiere tenerlos, no cree aun que “una barriga” la retire del deporte. Mientras tanto, su perro de formato muy compacto, llamado Matheo, le acompaña haciendo de espectador emocionado de sus entrenamientos y de las horas de tedio en casa.
Autor: CARLOS ARELLÁN SOLÓRZANO